En el año 2000, un impactante 9.3 por ciento de todos los adultos en Kenia era VIH positivo. Al mismo tiempo, y debido a que los suministros de medicamentos eran escasos, los lineamientos de la Organización Mundial de la Salud estipulaban que los fármacos antirretrovirales que salvan vidas, únicamente debían administrarse cuando el conteo de CD4 —con el que se mide el sistema inmunológico del paciente— caía por debajo de una marca mínima. Esto significaba que los pacientes tenían que estar extremadamente enfermos para tener acceso a los antirretrovirales, y que, para muchos, ya era demasiado tarde.
5:27, 5:26, 5:25…
Ese panorama desolador fue parte de una historia reciente, cuando Dotty descubrió que estaba embarazada en 2007, a la edad de 19 años. Durante una visita prenatal, un médico le dijo a Dotty que era VIH positivo, y la remitió a una clínica de tratamiento ubicada a dos horas de distancia. No hubo consejo, ni compasión, y mucho menos seguimiento.
Esta experiencia la traumatizó, dejándola en un estado de negación —no le avisó a nadie sobre su condición y tampoco buscó tratamiento.
El hijo de Dotty murió en sus brazos con tan solo 6 semanas de edad. Se le sepultó en una caja de aceite para cocina —la más pequeña que pudieron encontrar.
Unos meses más tarde, Dotty acudió al Centro de Salud de Embakasi.